crujidos




Foto: El Cairo
Por: Juan





crujidos
Por: Julián

“Vas a dañar el libro si le sigues poniendo ese vaso encima,” dijo ella por tercera o cuarta vez.
“Bueno, ya, ¿cómo lo voy dañar?”
“Pues le vas a regar el trago.”
“¿Cómo se lo voy a regar?, a mi nunca se me riega nada. Además, bueno, ¿Qué pasa si se riega?”
“Pues que te tiras el libro, y qué pena devolverlo así vuelto nada.”
“Pero si ya casi no queda nada. Si riego lo que queda aquí se mojarán cuando mucho dos o tres hojas, y los dos sabemos que el dueño de este libro ni siquiera va a llegar hasta aquí.”
“¿Por qué no? ¿Por qué siempre tienes que pensar que la gente es idiota?”
“Yo no pienso eso,” dijo él mientras se acababa el trago y volvía a poner el vaso sobre el libro.
“Sí lo piensas.”
“Bueno, entonces sí lo pienso. Pero es porque la gente me demuestra que es idiota. No es que me lo imagine. Yo le doy la oportunidad a las personas de demostrarme que no son idiotas, y por lo general fallan. Eso no es mi culpa.”
“¿Y por qué las personas tendrían que demostrarte algo a ti?”
“Todas las personas tienen algo que demostrarle a las demás. Sea lo que sea. En eso se basan las relaciones. Lo que pasa es que la gente no lo sabe, ni se da cuenta cuando lo hace. Yo, por ejemplo, tengo que demostrarte que soy una persona medianamente interesante para que te sientes aquí conmigo a aguantarte este calor. Si yo no fuera de tu interés no habría ninguna razón para que estuvieras aquí escuchándome. Y eso te lo he demostrado sin darme cuenta. No es como si yo me hubiera propuesto hacerte pensar que soy encantador. Mira, por ejemplo, a Hemingway”, mueve el vaso y levanta el libro mostrándole la portada, volviendo a dejarlo luego como estaba. “Hemingway era un hijueputa. Era un tipo malaclasudo, que en general trataba mal a la gente, por lo que era de esas personas de las que se dice que ‘no tienen que demostrarle nada a nadie’, y en efecto no tenía que hacerlo, porque lo hacía sin darse cuenta. ¿Sabías que de niño la mamá lo vestía de niña? ¿Y que llegó a odiarla tanto que se refería a ella como that bitch?”
“Algo había oído, sí.”
“A pesar de que la mamá lo vestía como niña, de sus cada vez más frecuentes depresiones, y que tenía encima a Edgar Hoover y a no-sé-cuantos agentes del FBI, le demostró a todo el mundo que era un escritor brillante. Pero él no tenía la necesidad de demostrar que lo era. Simplemente escribía. ¿Sí me explico?”
“Tú no eres Hemingway.”
“No. Yo sé que no soy Hemingway, y tampoco me interesa serlo. Pero ese no es el punto. Lo que quiero decirte es que uno vive demostrándole cosas a los demás sin darse cuenta. Por eso es que las personas me demuestran cosas todo el tiempo, así no quieran. Unos me demuestran que son idiotas, otros no...”
“Ay, no, párala ya. Está haciendo demasiado calor como para escucharte justificar tu ego.” Dijo ella abanicándose con la mano.
“Yo no estoy justificando nada. Además, fuiste tú quien empezó a preguntarme cosas. Yo sólo estaba diciendo que no creía que si se regaba lo que quedaba en el vaso fuera a haber mayor problema. Ahora, lo que yo verdaderamente me pregunto es ¿por qué siempre tienes que actuar como la defensora del pueblo? Ya hay una persona en el gobierno que se encarga de eso, ¿sabías?
“No seas ridículo. No es que sea la defensora del pueblo, simplemente me molesta tu forma de juzgar a la gente. Tú andas juzgando todo el tiempo, para ti todo el mundo es un idiota.”
“Porque me lo demuestran. Pero espera, o sea que tú te conviertes en la defensora del pueblo, no porque te interese defender a la gente, sino porque de alguna forma quieres demostrarme que mi forma de juzgar a las personas está mal.”
“Claro.”
“¿Sí ves, entonces, que todos tenemos cosas que demostrarle a los demás?” Dijo, pegándole a la mesa.
“Sí, y también tenemos cosas que demostrarnos a nosotros mismos. Por ejemplo, todo ese discursillo tuyo de monarca ilustrado que le enseña al pueblo, sobre demostrarle cosas a los otros era más que obvio. Lo que yo quería era demostrarme a mí misma que te podía poner a hablar y hacerte creer que eras el gran sabio. Entonces en últimas, sí, tú tenías razón, pero eso es como tener razón en decir que estamos vivos.”
“No empecemos a hablar sobre los vivos,” dijo acomodándose en la silla. “¿Cómo sabes tú que estamos vivos?”
“Se nos puso metafísico esto.”
“No, en serio.”
“En realidad todo es un problema de percepción. Yo no sé si estamos vivos, o lo que sea, eso lo dije para seguirme demostrando que todavía puedo joderte como antes. Lo que sí es seguro es que estamos, de alguna forma, pero el cómo estamos depende de la percepción de las cosas que tenga cada uno. Depende de cómo se mire. Si intentas leer este libro a través del vaso que le tienes encima vas a ver las letras de otra manera, que igual te permite entender lo que dice, pero de otra manera… Lo cual también es una obviedad.”
La mesera se acerca con la cuenta.
Your check, sir.”
“¿Tú pediste la cuenta?”
“No.”
“Yo tampoco.”
“De todas maneras ya nos vamos.”
“¿Ya nos vamos?”
“¿No?”
“Yo todavía no me quiero ir.”
“Tengo mucho calor,” dijo ella volviendo a abanicarse con la mano.
“Si quieres ve yendo, yo llego en un rato.”
“Bueno. Por favor, no vayas a dañar el libro,” dijo mientras se levantaba y le ponía la mano en el hombro.
“Yo nunca daño nada.” Levantó el vaso, y haciéndole señas a la mesera pidió otro trago. “Anís del Toro, please.”  

domingo, 25 de septiembre de 2011

Publicar un comentario

Pelotón

Todo material presentado en este blog, textual o fotográfico, pertenece a Postales de Guerra. Con la tecnología de Blogger.