Didier, el león de marfil negro


Foto: Garrapiñada y tutuca
Por: Juan


Didier, el león de marfil negro
por: Daniel


– ¿Te gusta le película? – No sé todavía. ¿A vos por qué te gusta tanto? Estás transportado. – Si me dieran a elegir una película que pudiera ver de nuevo, elegiría ésta. – ¿Y por qué? Es una inmundicia nazi, ¿o no te das cuenta?
Manuel Puig - El beso de la mujer araña


La niñita de las dos colitas y las medias de colores salió de la manifestación dando pequeños brincos. Se le acercó a él, al hombre que venía de cerrar su sudadera blanca con sus manos pegajosas y le pidió la porción de garrapiñada de tres pesos. 

-¿Qué están haciendo allí? – preguntó el con su aliento resobado
- Marchar y cantar, por una patria digna.- contestó ella meneando su bufandita rosa y levantando las cejas.
-Tomá – replicó el hombre viéndola a través de sus ojos pesados
-¿No me dejás dos en cinco?- arriesgó ella con una sonrisa 
-Tomá. Me pagas ese peso luego, acordáte, cuando la patria sea digna.- rieron sus dientes desordenados.
-¿Pero qué dice, señor? ¿Acaso le parece gracioso lo que estamos haciendo? ¿Por lo que estamos manifestando?- gruñó la boquita entre los moños
-  Yo no entiendo lo que hacen. Pero la patria no me la cambian caminando y cantando.
-Estamos manifestándonos. – dijo ondeando su bandera
- Eso parece un circo, no una manifestación. ¿Dónde está la garra? ¿El coraje? ¿Dónde está el temor a ser desaparecidos? ¿Despreciados? ¿A la muerte?- increpó con la autoridad que le merecerían sus cuarenta y nueve años.
- Aj, ¿nos está diciendo cobardes, camarada?- desafió ella escondida en su minifalda.
-No, les estoy diciendo mentirosos. No están haciendo nada con eso. Actúan. Se regodean. Llegan a casa a decirle a mami que estuvieron manifestando. Lo que hacen es un quilombo colorido por la calle, parando el tráfico. Obligando al resto de los mortales a bancarse su bailata.
-Por tipos como usted es que estamos como estamos.- refunfuñó ella viendo como al hombre le derrapaban los ojos.
-No, por tipos como tus papás, que su niñita está por fuera del colegio con una bandada de maricones parando el tráfico y rellenándose de garrapiñada para parecer amigos de los pobres.  – Ella lo miró a punto de pegarle con el bolso traído de Marruecos – Mirá, niña, ¿Sabés lo que es tener coraje? ¿Tener las agallas suficientes para ir en contra de todo y poder alzarte con la victoria? ¿Sabés qué es lo mejor que uno puede hacer? El silencio. Si, así, calladita. – Ella le resopló, briosa, la garrapiñada sobre la sudadera- Escucháme, te voy a contar algo. Hace poco, uno o dos fines de semana, hubo un negro, enorme titán, de dientes tan duros que podía partir un pedazo de acero solo con sus colmillos, con los brazos tan fuertes que podía halar por el desierto a toda una tribu enemiga envuelta en una red, con los ojos tan abiertos que el viento le tenía tanto miedo que solo pasaba por sus espaldas, y eso, a metros. Tenía el lomo tan macizo que ahí podían romper madera con un hacha sin hacerle ni una herida, y las piernas tan potentes que bien pudo haber molido a patadas un velociraptor después de alcanzarlo. Resulta que el negro este estaba en una batalla campal. Él comandaba un pequeño ejército de fantoches ingleses contra una armada de rezagados y enormes prototipos arios dispuestos a hacerse con el dominio de Europa para luego lograr una soberanía universal. El negro luchaba y luchaba –ella, ofendida y sorprendida por el tic en los labios del vendedor, sacude sus pestañas con escarcha – pero los arios alemanes lograron sacar ventaja luego de quebrar filas entre los ingleses con una maniobra por el flanco derecho, pero el negro no se rindió, no señorita. El titán de ébano arrastró a sus compañeros, como con la enorme red que te mencioné hace nada pero invisible, ¿si entendés?, los haló y los haló hasta que sus fuerzas volvieron y dieron pelea de nuevo a los rojos de Germania que ya celebraban la instauración de un nuevo reich. En medio de un movimiento fortuito, el caballero este, del clan de los dragones, con la fuerza de los hipogrifos, alentado por un rubor del cielo, corrió y saltó, llevando a cuestas, arrastrando, dejando en el camino, a dos gladiadores germanos que nada pudieron hacer cuando giró su cuerpo en perfecto movimiento de rotación sobre su propio eje, como si tuviera alas, como si hubiera sido el primer ángel, el ángel de la primera sonrisa y el primer grito, estampó con inmaculada potencia y precisión un cabezazo en todo el eje gravitacional de la pelota que no tuvo otra opción sino rendirse ante tanta fuerza hecha belleza y partir, como un proyectil, como un meteorito, como acabando con las esperanzas y la precoz algarabía de los dinosaurios teutones, que cayeron, en cámara lenta, arrodillados a sus pies, como cuando el venado ve por última vez a su depredador, con las fauces hambrientas y bañadas en el carmesí de la victoria natural. No habrá jamás un animal mítico, por más monstruoso que sea, por más tentáculos, alas, espinas o cabezas que tenga, que pueda contener tal acto, tal suspiro del destino de la humanidad. La pelota pasó quemándole la mano izquierda al rubio ese gigante que defendía la portería, antes de cercenar el aire, clavarse en el ángulo y obligar los penaltis, donde luego, él mismo terminaría la sentencia. Eso es coraje, eso son agallas. Así se escribe la Historia, en verso y grabada con sangre, consignada como una constelación en el imborrable lienzo de la ferocidad.

-Señor, la verdad, a mi me vale poco el mundo. Vine a manifestar porque mi novio me pidió que lo acompañara. Vine acá, por garrapiñada. Punto.

Él tiene los ojos vidriosos y la sonrisa enorme, ella se marcha tras agradecerle, dejando su bandera apoyada contra el poste del semáforo. Él tuvo esa tarde, pocas horas después de la marcha, un accidente cerebro vascular. Extraño. Solo se levantó con ganas de hablar y se fue poniendo de malas pulgas. 

domingo, 3 de junio de 2012

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Pelotón

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