Periódico de ayer



Foto: And as we wind on down the road
Por: Daniel






Periódico de ayer
Por: Juan



–Estábamos sentados en el andén, como a las cuatro de la mañana.
–¿Quiénes?
–Unos amigos, pues, una gente ahí con la que había empezado a salir poco antes de ese día; no los conocía casi.
–¿Qué hacían?
–Tomar. Eran más las ganas que cualquier otra cosa, no quería volver a mi casa, y de hecho a esa hora ya no quedaba nada y era más la borrachera que la verdad misma de lo que pasó. Regálame otro cigarrillo.
—No entiendo todavía; ¿estaban en un andén y les pasó todo ahí mismo?
—Sí, aunque llegué a un punto en el que no tenía idea de nada.
—¿Por qué?
—Fue hace ya algún tiempo, la imagen fue bien impactante; al pobre chino lo intentaron arrastrar hasta el hospital que quedaba a unas cuadras. Me arrepiento más por no haber podido grabarme bien la situación que por no haber podido ayudar.
—¿Qué?
—Yo estaba a unos metros pero estaba tirado en el piso, con esa gente que te dije.
—¿Te echaste en la calle porque estabas triste, o porque estabas ebrio?
—Creo que ambas.
—Pero si ya te habías enterado de lo de Laura hacía mucho.
—Bueno, pues no lo superé hasta que decidí viajar y llegué aquí y conocí a Carmen y demás. Seguía sintiéndome mal por esas fechas.
—Fue el año pasado, no hables como si hubiera sido hace una década.
—No sé qué quieres que te diga si la historia ya la sabes.
—Estuviste ahí, lo viste todo. Sabes también que necesito la historia o me cuelgan.
—Te cuento, pero piensa en que si falta algo puede ser por las lagunas. De lo único que estoy seguro es de por qué llegué hasta allá. El resto fue como por inercia.
—Cuenta, a ver, que tengo frío.
—¿Quieres un cigarro o una pola?
—De pronto más tarde.
—Mira, aprendí a hacer aritos.
—Me voy.
—Espera, espera.
—¿Me cuentas, o no?
—¿Y tu libretita para apuntar?
—Los detalles no importan.
—¡Pero si mi historia son solo detalles! Sabes lo grueso, que al tipo lo intentaron robar y le cortaron la garganta, y que nadie hizo nada.
—Conociendo la historia puedo coger la tuya y pegarla y no pensar que son solo detalles, sino otra historia, aparte. Y para eso no necesito la libreta.
—Entonces, llegamos al supermercado como a eso de la una, compramos todo y salimos otra vez.
—¿Qué es todo?
—Pues lo de tomar y un montón de paquetes.
—¿Lo de siempre?
—Sí. Nos sentamos todos en un andén cruzando la calle, destaparon la botella y empezaron a pasarla. Me pusieron la botella en las piernas, como a quien le entregan el micrófono, y me preguntaron por Laura. Una de las viejas, un poco ebria ya porque había llegado de una fiesta familiar, se me sentó al lado y me empezó a decir que tomara, que me veía triste. Y la verdad es que sí, se me notaba mucho todavía.
—Lo que nunca entendí fue por qué te dio tan duro, si todos lo veían venir.
—Yo no.
—Y además te duró mucho tiempo esa pendejada.
—Hasta que me vine para acá.
—Incluso los primeros meses seguías con tu fijación; fue demasiado tiempo. Hasta deberías darle las gracias a Carmen.
—Oye, no te burles.
—Te estoy hablando en serio, parecías medio muerto y como olvidado de todo; tu viaje de huida hubiera fracasado de no ser por ella.
—Alguna vez lo hice después de una jarra de sangría. La de ella, tú la has probado.
—Sí.
—Aunque a ella le debo mucho más que eso.
—¿Como qué?
—¿Vas a dilatar más la historia?
—No, no, sigue.
—El ron me empezó a hacer efecto y creo que a ella más y empezó a acercarse; cuando todos se distrajeron se me sentó en las piernas y me pidió que le contara la historia al oído. No te rías. Lógicas raras de borracho que te hacen creer que hasta esas idioteces funcionan.
—¿Estaba buena?
—Pues yo ya estaba ebrio.
—Regálame un cigarrillo, y de paso vamos a comprar algo de comer a la tienda.
—¿Tienes el encendedor? Antes de darme cuenta me estaba llenando la cara de besos, torpes, sí, pero no me iba a poner a rechazarlos.
—Gracias.
—Creo que por esos momentos la gente con la que estábamos se había alejado unos metros para dejarnos solos, esperando que nos fuéramos o yo no sé qué. Por ahí llegó un indigente a pedir plata, preguntando si le podíamos gastar una cerveza o algo para celebrar el año nuevo.
—O un susto.
—Ajá. El caso fue que nadie le dio nada y se fue bravo, maldiciendo entre dientes. Intentó pedirnos a esta mujer y a mí pero nos vio concentrados entonces ni abrió la boca. Junto a nosotros había otro grupito, en las mismas, y estaba el tipo este que mataron, ebrio, haciendo algo de escándalo, pero nada más allá de lo normal.
—Voy a llevar esto, ¿tú quieres algo?, yo pago.
—No, todo bien, yo compro mi cerveza.
—Iván, aprovecha mi sueldo hoy porque mañana no voy a tener nada.
—Luego te lo repongo.
—Coge tú las monedas, y te desayunas una torta o algo. ¿Qué pasó después?
—Yo estaba en lo mío pero esta pobre mujer, Ana creo que se llamaba, siguió tomando hasta más no poder, y cuando menos pensamos se paró de un salto y fue a dar a una caneca en la esquina, y empezó a vomitar.
—¿No le tuviste el pelo al menos?
—Ay.
—Mal.
—¿Y es que los besos comprometen? Yo me fui a hablar con el grupo, viendo también que Ana estuviera bien; digamos que ese es el nombre. También me puse a ver de reojo a un tipo que llevaba dándonos vueltas un tiempo, que estaba pendiente de que algo cayera al piso. Yo me acosté porque me estaba sintiendo mal, pero traté de seguir viendo lo que pasaba. El gamín se acercó al muerto, y le empezó a pedir plata con una mano escondida en la manga. El borracho estaba molesto pero no fue grosero, simplemente le dijo que no tenía, y le dio la espalda. El mendigo insistió y se las arregló para hacer que el borracho se alejara de su grupo, a unos metros nada más, lo suficiente como para que no pudiéramos ver bien qué pasaba.
—¿Lo apuñaló ahí mismo?
—No. Se pusieron a conversar unos minutos, como es frecuente cuando a uno lo van a atracar en Bogotá. Luego el borracho simplemente se trató de devolver con su grupo, y cuando el ladrón lo agarró por detrás del cuello de la camisa, lo manoteó y le dijo que no lo jodiera más. Ahí fue cuando le pasó un vidrio por la garganta.
—¿Cómo viste todo eso?
—El chino no podía gritar y recuerdo haber oído en el piso más allá una botella romperse. Pudo ser cualquier otra cosa pero sonó a vidrio cayendo en cemento. El mendigo desapareció y el borracho apenas pudo caminar unos metros, y se desmayó frente a su grupo.
—No te puedo creer que nadie hubiera hecho nada.
—¿No viste las noticias toda la siguiente semana? Creo que es de los pocos muertos a los que se les ha hecho tanto ruido.
—Debía ser hijo de alguien.
—A lo mejor. Entonces los amigos lo alzaron y se lo llevaron corriendo, buscando alguien que les ayudara. Pero un primero de enero a las cuatro de la mañana es difícil conseguir transporte, más aún con lo escandalosa que es la sangre.
—¿Tú qué hiciste?
—No te voy a decir mentiras, me cagué. Para sortear la conmoción me puse a revisar que Ana estuviera bien, porque seguía abrazada a la caneca, la llevé hasta un taxi, me encargué de que no se le quedara nada, y la mandé para la casa, porque estaba pálida y entre dormida. No supe dónde vive pero confié en que fuera capaz de decirle al conductor.
—¿Un taxi?
—No me preguntes de dónde salió.
—¿Y el muerto?
—Lo que salió en las noticias, lograron arrastrarlo entre tres a las puertas de urgencias pero se murió al ratico. No supe nada más.
—De todos modos, ¿qué hubieras podido hacer ahí?
—Nada, pero frecuentemente recuerdo la imagen del tipo cayéndose de rodillas, ahorcándose como si el cuello se le cayera.
—Pues no te perturbes.
—Me vine a vivir aquí no solo por olvidarme de Laura.
—¿Funcionó?
—Algo.
—¿Pasó algo más esa noche?
—Me devolví caminando a mi casa al amanecer, y decidí que tenía que vivir en otro lado, donde fuera. Pensé en ti y me pareció lo más razonable. Oye, ¿y David?
—Embarazó a una vieja por ahí y no le volví a contestar. Vámonos. Está empezando a clarear.
—¿Cómo te enteraste?
—La zorra me llamó; al parecer estaba acosándolo desde tiempo atrás.
—A esta hora siempre te viene el miedo, ¿no?
—Sí.
—¿Nunca has sabido por qué?
—No.
—Vamos.
—Dame un cigarro primero.
(No se mueven.)

domingo, 18 de septiembre de 2011

One response to Periódico de ayer

  1. El Mareo says:

    Descubrió que ya no estaba dormido. Apoyó sus manos en el frío suelo de gravilla y se empujó en él para reclinar completamente su espalda en la pared. Vaciló en abrir los ojos. Por un instante tan sólo oía el pesado sonido del aliento que se le escapaba a bocanadas mientras su cabeza oscilaba de un lado al otro. Entonces se encontró de nuevo con la oscuridad. Tenía frío. Movió su mano derecha involuntariamente hacia la muñeca izquierda. Se sobresaltó al sentir su piel erizada. Ya no estaba esposado. Contuvo su respiración por un momento para darse cuenta de que todo estaba en silencio. ¿Sería posible?

    Le tardó algunos minutos levantarse y poder caminar. Cada vez que lo intentaba, sus débiles piernas parecían desarmarse. Todavía algo mareado comenzó a dar pasos a tientas. Con las manos extendidas buscaba una superficie en la cual pudiera apoyarse. A los pocos pasos sintió miedo. Todo su cuerpo latía exaltado. ¿Y qué si caía? Hizo caso omiso a esta advertencia y continuó palpando la oscuridad con las yemas de los dedos. Habría permanecido en aquel húmedo sótano por mucho tiempo de no ser por el pequeño espacio bajo la puerta por el que se colaba un tímido rayo de luz. Al notarlo, caminó más seguro hacia allí. La madera irregular y mohosa le devolvió el saludo a sus manos. Empujó la puerta, llenando ese gesto con todos sus anhelos. No pudo contener un grito de júbilo cuando oyó el crujir de las bisagras. Comenzó a subir por las estrechas escaleras que había frente a él y pronto comenzó a oír sonidos metálicos, voces confundidas, sirenas. Al terminar el trayecto hacia arriba sintió un insoportable ardor en los ojos. Cayó al piso impactado tapándose la cara con las dos manos ampliamente extendidas. En un instante, el dolor cesó. Lentamente fue apartando las palmas sudorosas de su rostro.

    Sentía el calor del atardecer en su rostro. Unas tímidas gotas de sudor afloraron en su frente. Tras sus párpados todo era rojizo, infinito. Sonrió. Entonces decidió abrir lentamente los ojos. Al principio la luz fue insoportable, por lo que debió cubrir sus pupilas ampliamente dilatadas una vez más. Estaba tendido en el piso, con las piernas dobladas y una rodilla reposando sobre la otra. Tenía la cadera levemente inclinada y con un brazo se apoyaba en el andén. Podía oír los murmullos de los peatones intrigados que pasaban a su lado. Pasos venían y se iban. El sonido del tráfico le hacía saber que no se encontraba lejos de la calle. Mientras permanecía allí respiró profundamente. Su cuerpo se llenó del aire citadino del que tanto tiempo había estado privado. Pronto pensó en cómo celebrar la magnífica ocasión. Tal vez visitaría su restaurante favorito. Sí. Ordenaría una copa de vino, masticaría lentamente los lánguidos trozos de grissini esperando su acostumbrado plato de spaghetti. Vería a su alrededor a los comensales conversando pausadamente. Todos desconocidos. Todos familiares. El sonido de algunas monedas cayendo a su lado lo sacó de sus fantasías. Abrió los ojos. Dos siluetas se perfilaban bajo los últimos fogonazos del sol. Reían. “¿Va para algún lado?” fue lo último que oyó antes de que lo llevaran nuevamente al calabozo.

    Santiago Vargas Niño
    18/09/2011

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