Subversión en la granja



Foto: Raúl no era un tubérculo
Por: Susana






Subversión en la granja
Por: Daniel




  
   Habiéndose acomodado en la rama principal del protuberante chamizo militar, el Gavilán Pollero tuvo a merced de su mirada a la destartalada explanada agropecuaria. La disputa territorial con la organización granjera llevaba ya generaciones de sanguinario litigio y los de origen doméstico sólo preponderaban por encima de los intentos de la mafia salvaje por ser inmerecidos receptores de los empalagosos mimos humanos.  

Al distinguir entre la prostibularia multitud del gallinero al gallazo, el capo de la trata de blancas y su plumífero enemigo, el comandante Pollero fue invadido por la necesidad de embestir la organización granjo-monopolística-criminal enemiga despiadadamente. El gavilán rumió su plan meticulosamente antes de llamar al resto de su militante gallada con un poderoso y contundente golpe de ala, signo de toda su fortaleza y virilidad.
Poblóse entonces el chamizo con un poco más de media docena de gavilanes viles y desquiciados, prestos a apoderarse del pornográfico negocio de placentero cloqueo. En la provincia se sentía la atmósfera genocida: el viento cambiaba de dirección huyendo del aserrinudo  aroma, los conejos acariciaban sus patas con la mirada perdida en el vacío y los perros dejaron de pasear sus ladridos. Entonces, con garras y picos afilados, relucientes, ávidos de tuétano, los corsarios de la pradera estaban prestos  para el amotinamiento. Con la determinación del gavilán,  los enfurecidos y lujuriosos gavilanes se abalanzaron contra el palacio del gallazo a mansalva, dejando al chamizo arropado únicamente por un cielo azul intenso.  


Dícese que entre gavilán y gallo, sea peleón o cantor, hay una rivalidad que ronca desde tiempos míticos. En un principio eran un único ejemplar, sí, gavilán y gallo compartían un cuerpo de cuatro extremidades palmípedas, dos plumípedas, dos terminaciones encefálicas, un solo vientre  y no se sabe cuántas almas; como una media luna hojaldrada con cuatro patas y dos puntas crocantes, un ser que deleitaba la vista con el brillo de su plumaje cuando resplandecía en sus voladoras piruetas, y deleitaba los oídos cuando cantaba según el color del día.
Sucedió que una tarde, aparecióse en medio del horizonte anaranjado, dando botes y cloqueando, una gorda coqueta, la princesa alba, la emperifollada recompensa del reino de los caídos dueños del cielo: la gallina de la paradoja con el huevo. Las plumas y el follaje del mítico bicornio se emocionaron tanto con la femenina aparición que, en el único vientre, ambas cabezas pensaron huevitos. El lado del gallo quiso bajar del árbol para desfilar todo su plumaje sobre la empolvada pasarela que prestaba la madre tierra y entonar una viril melodía, mientras que el lado del gavilán se lanzó al aire para mostrar su habilidad y destreza entre las corrientes de aire. Cada pico tomó una bocanada de aire divino para inflar el único pecho y coger un gran impulso, lo que hizo que se quebrara el cuerpo del exótico ser, partiéndose en dos partes. Del vientre roto cayó lentamente a un manantial sagrado un huevo de oro cuya existencia era ignorada incluso por su siamés progenitor.
De ese huevo sagrado saldría horas después un hermoso animal que sería la encarnación de los colores del cielo en la tierra hasta el día en que quedó calvo y con un par de gónadas pegadas a la garganta, pero esa es otra historia.
El gallo rodó a tierra, se hinchó a cada golpe y se levantó despelucado, pudo abrir el pico cuando quiso cantar, pero, supo desde ese momento que nunca más podría volar. Por su parte, el gavilán surcó a tientas el aire frío de la tarde, su cuerpo fue tomando el color de las nubes del ocaso y, cuando llegó cerca de la gallina, quiso llamar su atención. Abrió entonces el pico y soltó un chillido tan estridente, que colmaba en las fronteras de la agudeza, que hizo que parte de la cordura de la dama blanca colapsara, generándole un tic nervioso en el cuello, un miedo incomprensible a alzar la mirada al cielo y un delirio de persecución pululante de miedo. Avergonzado, el gavilán planeó hasta la copa de un árbol para esconderse ahí unos buenos milenios, espiando de vez en cuando a su antiguo compañero de cuerpo exhibir su respingada figura a la trastocada damisela. Siglos después, aún falta un eslabón para esclarecer como esa relación que empezó con una búsqueda de admiración por parte del gallo, terminó con un sometimiento completo por parte de la gallina a tal punto de crear gallineros donde las protuberantes blanquitas usaban su cuerpo como mercancía.

 
El ejército de mercenarios voló en picada hacia la fortaleza de maderita y paja en formación de flecha venenosa. Inmediatamente fue percibida por los sistemas aviares de defensa, el graznido general alertó a las autodefensas granjeras que dispusieron sus plumajes nada salvajes en posición de retaliación. Las bellas gallinas, absorbidas por el miedo, aletearon y chocaron entre ellas al huir despavoridas, no se sabe muy bien a donde, lo que provocó una lluvia desenfrenada de plumas y huevos que despistó tanto a la artillería terrestre como a la fuerza aérea. La masacre fue inclemente, el aire se llenó de chillidos, el polvo se pobló de plumajes sanguinolentos, la historia de la nación granjera tuvo su tarde rojinegra, tarde que dejaría toda una generación de huevos bastardos.

El gallazo quedó tendido pico arriba, desplumado, mutilado, con toda su envergadura abierta achicharronada, como un bombón mascado y escupido sin empaque. A su alrededor descansaba parte de la tropa gavilanística, descabezada por el impacto del pico con el duro seno de la madre naturaleza; también los restos del batallón de crianza esparcidos como un error de la primavera. El cadáver del líder de la subversión no fue encontrado entre los vestigios campales de la enemistad. Se dice que mientras agonizaba, herido por un picotazo en la espalda, fue recogido por un enviado oficial de una importante institución gubernamental especializada en resolución de conflictos de guerra, para ser internado en cuidados intensivos a fin de hacerlo parte de la nueva cúpula de inteligencia para lograr llevar a cabo operaciones como la Gavilán Pollero y la Gallina Turuleca contra los enemigos del estado.
Las gallinas, distraídas, todo el resto del día y el día siguiente, cacarearon a sus muertos.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Publicar un comentario

Pelotón

Todo material presentado en este blog, textual o fotográfico, pertenece a Postales de Guerra. Con la tecnología de Blogger.